Acotaciones espirituales: El universo físico es energía.
El mundo científico está empezando a
descubrir lo que los maestros espirituales sabían desde hace siglos. En
realidad, nuestro universo físico no está compuesto, en absoluto, de ninguna
materia, ya que su componente básico es un tipo de fuerza o esencia que podemos
denominar energía.
Las cosas parecen ser sólidas y
estar separadas las unas de las otras,
al nivel en que nuestros sentidos físicos suelen percibirlas; sin embargo, a
niveles más sutiles, como, por ejemplo, a nivel atómico y subatómico, la
materia, aparentemente sólida, se ve como partículas más y más pequeñas, dentro
de otras partículas, que, a la postre, acaban por no ser otra cosa que pura
energía.
Físicamente, todos somos energía y
todo lo que hay en nosotros y cuanto nos rodea está hecho de pura energía, de
manera que formamos parte de un gran campo energético.
Percibimos todas las cosas separadas
unas de otras, como algo sólido, cuando, en realidad, no son más que diversas
formas de nuestra energía esencial, que es común a todo. En otras palabras,
TODOS SOMOS UNO, INCLUSO EN EL MÁS LITERAL Y FÍSICO DE LOS SENTIDOS.
La energía vibra a distintas
velocidades y, por lo tanto, presenta distintas características, que la hacen
más ligera o más densa y el pensamiento es una forma de energía, relativamente
sutil y ligera y, por consiguiente, muy sensible a los cambios, siendo la
materia una energía relativamente densa y compacta, más lenta para moverse y
cambiar.
Dentro de la materia existen,
igualmente, grandes diferencias: la carne de los seres vivos es relativamente
ligera, cambia rápidamente y se altera con facilidad, por muchas razones. En
cambio, una piedra es una forma de energía mucho más densa, más lenta para
cambiar y más difícil de alterar. Sin embargo, incluso las rocas se ven afectadas
y cambian por la acción sutil y energía del agua.
Todas las formas de energía están
interrelacionadas y se alteran las unas a las otras. La energía es magnética,
siendo una de sus leyes la que postula que una energía de determinadas
características y vibración tiende a atraer una energía semejante. El
pensamiento y los sentimientos tienen su propia energía magnética de naturaleza
similar.
Podemos observar este principio, en
la práctica, cuando nos encontramos “por casualidad” con alguien en quien acabamos
de pensar, o cuando tomamos “al azar” un libro que contiene la información que,
justamente, necesitábamos en ese momento.
La forma sigue a la idea, pues el
pensamiento es una forma de energía rápida, ligera y móvil y se manifiesta,
instantáneamente, a diferencia de otras formas de energía, más densas que la
materia. Así, cuando creamos algo, empezamos a hacerlo en forma de pensamiento,
ya que éste siempre precede a su manifestación real.
La idea “pienso que voy a hacer la
cena” precede a la preparación de una
comida, igual que “quiero un vestido nuevo” es la idea anterior a ir a
comprarse uno. “Necesito un empleo” es el pensamiento previo a ir a buscarlo.
Es decir, el artista tiene, primero, una idea o inspiración y luego crea, por
ejemplo, un cuadro.
El arquitecto realiza, en primer
lugar, un diseño y después construye la casa. Por consiguiente, la idea es como
una película fotográfica: crea la imagen y luego se magnetiza y conduce la
energía física para que confluya en esta forma y pueda llegar a manifestarse en
el plano físico.
Este principio sigue siendo válido,
aunque no emprendamos una acción física directa, para que nuestras ideas se
materialicen. El mero hecho de tener una idea o pensamiento alojados en nuestra
mente es una energía que tendrá que atraer y crear la forma en el plano
material. Por ello, si pensamos, constantemente, en la enfermedad, podemos
acabar enfermando y si pensamos en nosotros mismos como algo hermoso, lo
acabaremos siendo.
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